La gema de Cubagua

«En ‘La gema de Cubagua‘, con un humor muy fresco y desenfadado, William Navarrete crea una coreografía de personajes fascinantes que nos seducen hasta dejarnos atrapados en su lectura.»

Alberto Lauro

Entrevista a William Navarrete sobre su novela La gema de Cubagua (Legua Editorial, Madrid 2011.)

Teresa Dovalpage: ¿Cuán fácil (o difícil) es el tránsito de la poesía a la prosa? Más a esta prosa tan desenfadada, tan llena de humor criollo rellollo…Yo he leído poemas tuyos antes (Lumbres veladas del Sur, por ejemplo) y el estilo es totalmente distinto. ¿Cómo conseguiste pasar de un género a otro?

William Navarrete: Son dos ámbitos muy diferentes. Lo que más me interesó en este sentido fue evitar todo giro poético o descripción que redundara en imágenes poéticas. Cuando escribí esta novela no quería expresar otra cosa que no fuera la historia propiamente dicha. Creo que lo dije en otra entrevista: esta obra es anterior a muchas de mis poesías, pues empecé a escribirla en 1999 y un año después la tenía terminada. Es más, tengo otra novela que nunca publiqué y que escribí en 1997, titulada (en aquel entonces, no sé ahora cuando la revise en qué parará) La llave del deseo. Me gusta tener siempre cosas en el tintero, pero también reservas en el gavetero.

Teresa Dovalpage: Sí, siempre viene bien tener algo en reserva… El personaje de Ana Isidora (o alguno de los que pueblan la novela) ¿está inspirado en alguien real? Confieso que he reído muchísimo con ese abogado Batules, que me recordó a un amigo, precisamente nativo de Banes….

William Navarrete:  No. Ana Isidora es una típica mujer cubana, solterona y como sucede con muchas solteras cubanas, es una señora con cierta originalidad. Es la típica «mujer quedada para vestir santos» de un pueblo de provincias. En mi familia, prácticamente en todas las ramas (o sea, entre las primas de mis abuelos, de mi madre y entre los tíos de ambas partes) hay siempre una solterona. Ana Isidora es una mujer que acaba de cumplir cincuenta años y aunque parece muy jovial hay algo en el estilo del personaje que hace que yo mismo siga situándola en mi mente con más edad de la que tiene. Creo que es porque estaba obsesionado con la idea de ambientar la novela en medio de la calma chicha de una ciudad de provincias, con vistas a crear un contraste con los acontecimientos que se desarrollarán después. Por eso necesitaba a una Ana Isidora poco activa y cuyos días corrieran idénticos unos a otros. Sin embargo, Batules sí es un personaje real. Aunque yo lo sitúo en Holguín (licencia, al fin y al cabo), era un abogado célebre de Banes y vivía en la cuadra siguiente de la de mis abuelos. Era un abogado de la Cuba de otros tiempos que había sobrevivido a la Cuba de nuestro tiempo y seguía ejerciendo su profesión. De niño yo oía siempre mencionar a Batules. Siempre había alguien en tema de divorcio o de pleito y Batules era el abogado de todo el mundo. Luego, me gustaba verlo pasar por la acera porque era regordete y lucía bonachón. Puede ser que tu amigo sea un pariente de ese Batules, pues los que llevan ese apellido en esa zona pertenecen a una misma familia.

Teresa Dovalpage:  No lo dudo, ¡incluso la descripción física concuerda! Volviendo a tu novela, la premisa, me contabas, está basada en un hecho real. ¿Dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción en La gema de Cubagua?

William Navarrete: La premisa está basada en la famosa herencia de los González de Rivera que nada tiene que ver con la de los Manso de Contreras en Villaclara. De hecho, en 1988 se publicaron tres largos artículos en el periódico holguinero ¡Ahora! Aquí dejo el enlace de un blog que tengo de genealogías holguineras en el que pueden verse los tres artículos en cuestión publicados en ese diario y que yo conservo en París:

http://genealogiaholguinera.blogspot.com/2011/02/la-herencia-de-los-gonzalez-de-rivera.html

Esos periódicos mi abuelo Joaquín me los envió desde Banes a La Habana, en esa época, pues él estaba al corriente de todas mis búsquedas genealógicas aunque, en el fondo, nada de aquello le interesaba mucho, excepto lo de la herencia, como casi a todo el mundo. En realidad, ese tema ha sido recurrente en la vida real de los holguineros. Cuando la protagonista descubre en los archivos municipales de La Periquera aquel llamado a los descendientes del alférez de fragata Juan Francisco González de Rivera y Obeda, ha desempolvado un textico que existe en el Diario de la Marina del 1930, en el que, en plena crisis económica del machadato, algún «gracioso» puso a Holguín de vuelta y media, ofreciéndoles la posibilidad de heredar millones de libras esterlinas a condición de descender del mencionado alférez. Ese llamado del 1930 (un parrafito en una sección de aquel desaparecido diario) aparece reproducido, tal y como yo lo transcribo en la novela, en uno de los periódicos de 1988 que pueden verse en el enlace anterior.
Luego, a mediados de los 80, el tema de la herencia que nadie había podido cobrar, irrumpió de nuevo (ignoro cómo) en la vida de los holguineros de esos años. Este episodio lo viví pues ya estaba enfrascado en la confección de mi árbol genealógico. Aquella intención mía de enlazar las diferentes ramas de mi familia oriental me dio la posibilidad, desde muy joven, de recorrer pueblos de la región de Holguín en los que nunca hubiera puesto los pies si no hubiera sido porque iba a sus iglesias parroquiales buscando ancestros en los libros de bautizos y de matrimonios. Yo pasaba regularmente parte de mis vacaciones de verano en la casa de mis abuelos en Banes. Esa casa era como un faro que me orientaba en mi vida pues mi familia materna vivía en otras latitudes y, en lo que a familia se refiere, mi madre y yo vivíamos muy solos en La Habana. Ir a Banes de vacaciones (donde nací en 1968 y viví tres años hasta 1972), significaba para mí una reoxigenación total, amén de que adoraba a mis abuelos. Fue hacia 1986, aproximadamente, durante una de esas vacaciones, que me enteré del rollo de la herencia de los González de Rivera. Lo supe no por el periódico (cuyos artículos como bien se lee son ya un colofón que pretende poner fin, después de mucho tiempo de búsquedas por parte de los pretendientes al capital –medio Holguín de entonces– a todo el rumor), sino porque cada vez que solicitaba una partida de bautizo del siglo XIX o XVIII el responsable de la parroquia que fuera me preguntaba si yo también estaba enfrascado en el tema de la herencia. A mí me costaba trabajo hacer ver que la herencia me daba igual y que mi interés era puramente genealógico. O sea, que aunque con dosis significativas de ficción, la novela sí parte de un hecho absolutamente real.

Teresa Dovalpage: Y ésa es una de las características que la vuelve más sustanciosa. Las cartas juegan un papel fundamental en la trama de la obra, desde la primera que recibe Ana solicitándole un tanque de jabón líquido, hasta la de Alcibíades, el bodeguero, pasando por las de su madre, innumerables peticiones que recibe la futura heredera y las de sus hermanos en Miami. ¿Algún motivo para este énfasis en el género epistolar o sólo por las circunstancias de al trama?

William Navarrete: Creo que es algo del subconsciente pues a mí me gustaba mucho escribir cartas y recibirlas. De niño las conservaba. Todo ese periodo de mi vida está lleno de cartas y cartas iban y venían de mi casa hasta la de mis tíos y primos dispersos por el mundo, en Nueva York, Panamá, Miami, Italia, Santo Domingo, Oriente, etc. y viceversa. Es cierto que las que venían del exterior demoraban más de un mes, pero para mí eran como nuevas. Siempre me he sentido cómodo escribiendo cartas. Me parece que en la novela hay unas cinco. Cuba es uno de los pocos países del mundo en que el género epistolario ha llegado intacto al siglo XXI. Ya sabemos por qué… Yo en París, durante los últimos 20 años, he recibido y sigo recibiendo un sinnúmero de cartas de Cuba.

Teresa Dovalpage: Y si no te importa compartir algunos secretillos de tu labor literaria… ¿Cuánto tiempo te tomó escribir la novela?

William Navarrete: Exactamente un año. Tal vez menos. En la gaveta estuvo diez. Cuando salió hubo que hacer un trabajo de restauración que ni el de una momia egipcia de la primera dinastía faraónica, pues aunque en la base la historia seguiría siendo la misma ya yo no escribo ni pienso igual que hace diez años. Así que las sesiones de maquillaje hay que contarlas también en las horas de hechura.

Teresa Dovalpage: ¿Puedes escribir a la vez poesía y prosa, quiero decir, puedes trabajar en un manuscrito de ficción y en otro de poesía a la vez?

William Navarrete: Me parece que sí. Cuando se escribe un texto en prosa poética (cosa que me parece nunca he hecho) creo que lo que se está escribiendo en realidad es poesía. O sea, que la prosa pura y dura (la que no va expresamente dotada de poesía) y el ámbito poético son dos espacios con fronteras que pueden estar bien delimitadas.

Teresa Dovalpage: ¿Cuál será la próxima obra de William Navarrete?

William Navarrete: Ojalá acabe de poner el punto final al libro de genealogías fundacionales de Oriente, que lleva 25 años de búsquedas en archivos, parroquias, entrevistas, etc. Todavía me siguen llegando de Cuba copias y fotos de documentos. Esto no se acaba nunca. Será ése un libro histórico, no una novela. Digamos que la novela ha sido el divertimento y el zafarrancho desbocado, para distraerme en medio de una búsqueda intensa de los orígenes de Oriente (que son los de Cuba tras la llegada de Diego Velázquez de Cuéllar y su gente a Baracoa, como ya sabemos). El libro de genealogías partirá de García de Holguín, un extremeño nacido en 1490, en Cabeza del Buey, provincia de Badajoz, que llegó a Cuba muy joven, a principios del 1500, que fue hacia 1515 uno de los primeros alcaldes de Bayamo (tercera villa fundada por los conquistadores en la Isla) y al que se le otorgaron mercedes y repartimientos de indios en un hato en la Costa Norte del Bayamo, que en ese entonces se llamaba Cayo Castilla y que tras su muerte comenzaría a llamarse Holguín, en honor a su apellido. En las tierras de ese Hato se fueron asentando, a partir de 1650 y gradualmente, varias familias que venían, en su mayoría, de Bayamo o de otras regiones del Caribe (como en el caso de los González de Rivera quienes de Portugal habían pasado a la venezolana Cumaná – frente a cuyas costas se halla la isla de Cubagua – y de esta última a Bayamo pasando por Martinica). De García de Holguín (quien además se enroló en la conquista de México con Cortés, primero combatiéndolo por órdenes de Diego Velázquez, luego supeditándose a él cuando fueron derrotados en su empresa velazquiana y quien capturó a Cuauhtemoc, el último príncipe azteca, por hallarse en la nave piloteada por Gonzalo de Sandoval), desciende prácticamente la mitad de los holguineros de hoy. Pues García de Holguín después de haber tenido vida y obra en Tenochtitlán, regresó a su hato oriental a pasar el fin de su vida y procreó en Isabel Fernández Valero de Sandoval (natural de Fregenal de la Sierra, Extremadura) lo que es grosso modo el origen de la población de Holguín actual. Con ese libro quiero establecer la idea de que en ciertos lugares de Cuba la tendencia poblacional tuvo, al menos hasta bien entrado el siglo XX, un sentido particularmente clánico de tipo genético en que el individuo tenía conciencia de formar parte de un mismo clan.

Teresa Dovalpage: Pues muy buena suerte con la próxima obra y muchas gracias, William, por esta entrevista. ¡Grandes éxitos a La gema de Cubagua en su presentación miamense!

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